En el Perú -y esto lo digo a partir de algunos casos diversos-, ocurre un fenómeno muy curioso: se olvida con facilidad. Se olvidan desde hechos hasta personas y desde desgracias hasta buenos momentos. Grandes historiadores y variados personajes ilustres apenas llegan a tener un espacio no solo dentro de la vasta (que podría ser mucho más vasta) cultura peruana, sino también se les dificulta aparecer referenciados por algún profesor, docente o catedrático dentro de las horas lectivas de los múltiples niveles educativos. Yo siento una obsesión por el pintor peruano Alberto Vargas y no estoy muy seguro del porqué. Sé bien que siempre he admirado a figuras compatriotas que, de alguna u otra manera, han sabido liberarse del poco influjo cultural del Perú y han trascendido mundialmente, y, de ese modo, han dado a conocer que la expresión artística e intelectual peruana va más allá -mucho más allá- de como la ve el resto del mundo exterior: llena de alpacas, misterios y uno que otro Machu Picchu.
Un día como hoy, hace más de tres décadas, murió uno de los más grandes pintores peruanos, el señor Alberto Vargas. Nacido en la Ciudad Blanca, Arequipa, a corta edad, viajó hacia los Estados Unidos luego de haber estudiado la carrera de Arte. Su obra, desarrollada gracias a sus habilidades artísticas y a su empeño de mejora, le llevó a conseguir puestos de importancia en revistas renombradas que, hoy por hoy, siguen siendo conocidas por sujetos de varios países de planeta. Comenzó con trabajos para revistas musicales y luego expandió su fama con la técnica aerográfica de reconocimiento mundial y, además, aceptación total para la época. La técnica mencionada era "pin-up" y él la supo manejar muy bien: demostración de ello son las "Varga Girls". Las "Varga Girls" fueron el sello de la reproducción de las obras de Alberto Vargas en el país más poderoso de Norteamérica. Desde su juicio de la revista "Esquire" hasta un sinuoso camino que, finalmente, lo condujo a la revista relacionada a la cultura liberal estadounidense, "Playboy", alcanzó la fama y, próximamente, una gloria de años venideros. Si sabemos que, incluso, llegó a pintar los fuselajes de los aviones que participaron en la guerra más famosa de la historia contemporánea (la Segunda Guerra Mundial), ¿por qué este hombre atrae, con todo su talento (que, además, fue reconocido en una de las revistas más famosas del país más influyente de la época), tan poca atención en el país que lo vio nacer? ¿Es este el único caso? Desgraciadamente, no. Dentro de mis pequeñas investigaciones, también se encuentra el caso de otro hombre de importancia para el medio cultural e intelectual peruano del cual se habla con poca o nula frecuencia: el periodista Hugo Guerrero Marthineitz, sobre el que escogeré otra fecha para comentar, pues creo que se la merece. En una próxima entrada, explicaré por qué.
En fin, Alberto Vargas murió alejado -al igual que el caso de Guerrero Marthineitz- de su tierra y le dejó la lección a los peruanos de que, si es que triunfan en el extranjero y tienen una pequeña carrera -o una parte de su gran o prolífica carrera en el propio país-, no deben olvidarse de que el Perú tiene la propiedad de olvidar -y que valga bien la redundancia, ya que, en realidad, sí he querido redundar-, como una ligera enfermedad, a quien se va. Hay que darle razones al sujeto peruano de que se dé cuenta de que puede llegar a ser un gran periodista o un gran pintor, o muchas otras cosas más que, desgraciadamente, le están nubladas, a no ser que tenga una curiosidad amplia y una formación algo alejada de la convencional (no digo que yo la tenga, solo digo que, posiblemente, quienes tienen más amplitud a otros temas, tengan más posibilidades de conocer a otras figuras célebres del país y puedan tomarlas como un paradigma de desarrollo personal, del cual, como todos sabemos, no hay tanta escasez en relación al desarrollo colectivo).
El Perú es más que incas y líneas de Nazca, más que corrupción y delincuencia, más que "mano dura" o "continuismo". El Perú es, pues, quizá sí un misterio, pero es un misterio siglo por siglo por siglo. Hay que descifrarlo y veremos que no nos irá tan mal.
Un placer volver a escribir.
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